
“La enfermedad cambia tu cuerpo, por tanto te cambia a ti”
2018 | Cáncer, Literatura, Mujero, Testimonio | Artículo, Entrevista, Libro | | ES
Resumen / Sinópsis
Begoña Huertas (Gijón, 1965) es escritora. En 1993 ganó el Premio Casa de las Américas por Ensayo de un cambio: la narrativa cubana en la década de los 80. Ha publicado un libro de relatos y cuatro novelas (la última: Una noche en Amalfi, 2012). En 2017 Huertas publicó El desconcierto (Rata Books), un libro que sobresalía en un mercado copado por el testimonio por sortear todas las trampas (y bajezas) del género, por su inteligencia y emotividad contenida. La entrevista que sigue es también una invitación a la lectura de un título que, de haberse publicado en 2018, debería estar (como ya pasó en 2017) entre los mejores del año.
Texto completo
Este libro trata un tema ya no tan infrecuente en la literatura, el de la enfermedad y su experiencia en el tiempo de quien escribe. ¿Cómo diste con la idea de escribirlo? ¿Cuál fue la primera intención al pensar el proyecto?
Durante los dos años que pasé entre cirugías y tratamientos de quimioterapia (por un cáncer de colon) alguna vez me pregunté si escribiría sobre ello. Rotundamente me contesté que no. Sentía que no tenía nada interesante que decir, y tampoco tenía necesidad ni ganas de hacerlo. Fue después, al empezar a recuperar fuerzas, cuando me planteé escribir algo sobre novela y enfermedad. Me había llamado la atención cómo la historia de la literatura estaba llena de personajes enfermos pero con una peculiaridad: casi siempre se trataba de desórdenes mentales o enfermedades que tenían que ver con asuntos morales o del espíritu. A medida que iba escribiendo sobre ello se colaba mi propia experiencia como enferma, y en lugar de evitarlo y ceñirme a una mirada ensayística más distante, le di espacio. Al final fue eso lo que terminó constituyendo la base de El desconcierto.
En el libro, la narradora/autora reflexiona con Proust y un montón de autores y novelas más sobre la enfermedad. Pero, a diferencia de un libro humanista “clásico” donde la enfermedad y la sabiduría se dan la mano, nuestra narradora se rebela. Está en profundo desacuerdo con la literatura y sus consejos. Los cuestiona ¿Fue un tono premeditado?
Creo que el tono es lo más importante y lo más difícil a lo que se enfrenta un escritor a la hora de desarrollar cualquier texto. En el caso de El desconcierto ese tono surgió de una manera bastante natural, y en cuanto fui consciente de él lo aproveché, y lo disfruté.
La narradora no reflexiona, ni alecciona sobre nada. Escuchamos su “voz”, oímos citas de grandes escritores, pero la literatura es, en este libro, un elemento más de la existencia de la protagonista tras la enfermedad: está desordenada, siente destellos y busca un cierto sentido.
Aleccionar, es verdad que la narradora no alecciona sobre nada, pero reflexiona continuamente, de hecho no hace otra cosa. Supongo que si hubiera continuado con la idea de escribir un ensayo, la prioridad hubiera sido clasificar esa literatura y por tanto se hubiera impuesto un orden que conviniera a la hipótesis del discurso ensayístico. Pero, como decía antes, finalmente es la vivencia, la experiencia personal la que vertebra y da sentido a todo el relato, de ahí que las lecturas se ordenen a conveniencia de esa voz narradora, que no está escribiendo un texto académico pero que sin embargo no puede reprimir un cierto afán sistemático.
El único libro que ayuda es el Ivan Illich de Tolstoi. En el resto detectas un cierto glamour de la vida interior.
Jajaja. Sí, es difícil escribir sobre enfermedad sin recurrir a un toque de glamour interior para compensar tanta materialidad vulgar, supongo. Pero decir que Ivan Ilich de Tolstoi me “ayudó” no sería cierto. Ayudar no es la palabra, porque también ayudaron –me interesaron– muchos otros libros, incluso de los que hacía una lectura más crítica (Bajo el signo de Marte, por ejemplo). El relato de Tolstoi destacó entre todos y me resultó más cercano sin duda por su manera directa de mirar el proceso de la enfermedad, porque era el más materialista y el más honesto.
¿Cómo surgió el capítulo en el que das voz a los enfermos siguiendo el número de habitaciones?
Estaba escribiendo un libro. Quiero decir que lo que escribía no era un diario ni un vuelco en un archivo de un montón de pensamientos espontáneos, era un texto que trabajé como mis anteriores novelas. Había una voz narradora, un tono, capítulos narrativos del proceso de mi enfermedad y capítulos más reflexivos sobre música, literatura o el sentido de la vida. Me pareció que necesitaba incluir un poco de mundo exterior, a pesar de que fuera el que menos me interesaba en ese momento.
El riesgo de la llamada autoficción es incurrir en una suerte de prensa rosa apta para públicos literarios. Algo así como un “¡oh, a tal y cual persona le pasaron estas cosas y mira qué cosas cuenta de nosequién!” En tu libro esquivas eso. La enfermedad interrumpe la vida, las escenas, las reacciones, y el primer capítulo trata, significativamente, de cómo la protagonista vuelve a la vida. ¿Cómo estructuraste el libro?
Bueno, ojo que el primer capítulo no es la vuelta a la vida sino un intento (fallido) de imitar la vida que se ha llevado hasta ese momento. La enfermedad cambia tu cuerpo, por tanto te cambia a ti, pero uno se resiste a los cambios. Por eso decidí abrir el libro con esa escena extraña en la habitación de un hotel en la que hay una especie de empeño por representarme a mí misma, por seguir siendo la que había sido hasta entonces. Me di cuenta de que la enfermedad es un problema de identidad y me pareció que ese era el punto de partida más interesante, porque para mí fue el más perturbador.
El libro lo estructuré por núcleos temáticos, no en orden cronológico. Sin embargo sí avanza, porque hay una progresión de lo cerebral a lo sensorial, de lo analítico a lo emocional. Se abre con un empeño por entender intelectualmente la enfermedad y se cierra con un capítulo dedicado al sentido del tacto.
Has mencionado la palabra autoficción. Ojalá este libro lo fuera, pero no hay ficción en él. Es literatura de no ficción, el memoir francés. Yo todavía creo en el pacto narrativo, el pacto autobiográfico. Si escribes ficción pero con ingredientes reales no hace falta que lo digas, si escribes no ficción no vale que te inventes las cosas. Si lo que haces es escribir ficción y juegas con las referencias extraliterarias, bueno, es un recurso estilístico, no deja de ser un recurso de ficción. Y está bien. Cualquier otro juego ya tiene que ver, como dices, con marketing y público.
Una presencia literaria tratada de un modo sorprendente es la del padre. Aparece al final, como el recuerdo de un modo de estar. Sin excesos. ¿Cómo llegó al relato?
Es verdad. La figura del padre es protagonista en la ausencia. Dices que aparece al final, pero en realidad está desde el principio. Más allá de la anécdota de su presencia física en el día a día –que ahí está–, me refiero que se encuentra a un nivel más esencial del libro. Como dije antes –y de esto me di cuenta al terminar de escribir–, el relato va de lo reflexivo-analítico a lo sensorial-emocional. Pues bien, esa mirada analítica que es el germen del texto se la debo, como reconozco en las últimas páginas, a mi padre. Para bien o para mal. Mi padre en este libro, más que un personaje, es una manera de mirar las cosas.
Una reflexión muy interesante es la de estar a medio gas. De algún modo, el libro habla de la enfermedad y de cómo narrarla.
Es difícil, o casi imposible, narrar la enfermedad “en directo”, porque mientras estás enfermo no es que estés a medio gas, es que estás a cero. Se escribe con el cuerpo, como observó Marguerite Duras, yo lo entendí muy bien entonces. A un lanzador de jabalina no le pedirías que hiciera un buen tiro mientras se recupera de una cirugía; pues lo mismo sucede con la escritura, porque cualquier actividad para la que se requiera un esfuerzo se trata de un esfuerzo físico. No existe un “esfuerzo mental” al margen de lo físico. Esto se olvida. Yo lo olvido.
¿Tuviste siempre un plan de incluir la tentativa frustrada y mundana del psicoanálisis en el libro?
¡Cómo! ¿Por qué lo ves como una “tentativa frustrada”? No fue una tentativa, duró cuatro años. Y en absoluto frustrada, creo que fue una de las mejores decisiones que tomé por entonces. Desde luego fue lo mejor que pude hacer con el dinero que me dejó mi padre al morir. Emplearlo precisamente en algo que él echó en falta toda su vida cierra un círculo, de algún modo. Resulta muy literario. Y yo quería hacer literatura.